EL ESTADO CARLISTA
- LA SEGUNDA GUERRA CARLISTA-
Aitzol Altuna Enzunza
El filósofo ginebrino Jean Jacques Rousseau (1712-1778) dejó
escrito con cierta ironía: “Gernika es el pueblo más feliz del mundo. Sus
asuntos los gobierna una Junta de campesinos que se reúne bajo un roble y
siempre toman las decisiones más justas”.
El geógrafo y naturalista alemán Wilhelm Humboldt (1767-1835) poco
después escribió esto otro: “en el País Vasco hay un apartamiento menos visible
de clases, cuya diferencia desaparece a los ojos del vizcaíno genuino. (...)
Incluso los que tienen títulos honoríficos en Castilla viven en su patria en
una muy grande comunidad con la masa del pueblo, pues no pueden eximirse de las
costumbres y de la lengua de éste”. En 1799 W. Von Humboldt dijo: “Nunca he
visto un pueblo que haya conservado un carácter nacional tan fuerte como los
vascos”.
Rousseau, “Contrato Social III”: “el más fuerte nunca es lo
bastante fuerte para ser siempre señor, si no transforma su fuerza en derecho y
la obediencia en deber”.
Las llamadas Guerras Carlistas en la historiografía española, se tendrían que llamar Guerras Forales en la historiografía vasconabarra, ya que en esta tierra, todo el pueblo se alzó para defender sus leyes y modelo administrativo-estatal, heredados del ducado de Baskonia y del reino de Nabarra, y no porque reinase un rey o una reina.
Los nabarros en el siglo XIX se dieron cuenta de que España, el
Imperio español, les estaba quitando las leyes propias de su Estado invadido,
sus Fueros nabarros o derecho pirenaico, a los que se habían acomodado
creyéndose libres en ellos tras los siglos transcurridos desde la invasión
castellano-española de los diferentes territorios de Nabarra, e incluso algunos
tardaron tiempo en llegar a esta conclusión confundidos por la sucesión
dinástica y el fervor religioso.
Para los carlistas, liberalismo y libertad eran términos incompatibles. Antonio Aparisi y Guijarro (tradicionalista y carlista, Diputado valenciano) afirmaba que "la España liberal está condenada a dictadura o a tiranía: los que amen la libertad que se despidan de ella, que no hay libertad para la España liberal (...), en 1833 las provincias de España en lo antiguo más libres, algunas de las cuales conservaban todas sus franquicias y otras recordaban con amor vehementísimo sus fueros, se alzaron en favor de Don Carlos" (Fernando Sánchez Aranaz "Carlismo, memoria de una disidencia"). Y así fue, el liberalismo no trajo más que dictaduras de diferentes Generales durante dos siglos y medio.
El Imperio español, compuesto por diferentes Estados de la corona de Las Españas (nombre que usó hasta después de las Guerras Forales o carlistas), lo que trató
en el siglo XIX fue aumentar las familias en el poder con los comerciantes
enriquecidos sobre todo en el negocio colonial (familias a las que difícilmente
se puede llamar burguesía), mediante unas elecciones en las que sólo podían
participar ellos (las Cortes no se reunían en Castilla desde hacía siglos),
frente a una clase noble en decadencia y unos reyes absolutistas que tocaban a
su fin.
Pero en el viaje se reestructuró para imponer una uniformidad cultural
y legal suficiente para hacer creer a sus habitantes que el Imperio era en
realidad un sólo Estado, incluso un solo pueblo o nación -Estado-nación- que
sería más fácil de gobernar, asustados por la desintegración colonial que se
estaba produciendo, pues no existía esa conciencia nacional como no la existió
en Francia antes de la Revolución Francesa que intentaban copiar, y ello chocó
sobre todo con los nabarros y catalanes, pues no tenían nada en común con las
regiones de las Españas y demás colonias, más que la corona que los invadió y
destruyó su Estado, acomodándose desde entonces a una estructura “confederal”
entorno a la corona, estructura descentralizada que es la que en realidad
defendieron.
A diferencia de Francia, la caída del absolutismo en España se
produjo de la mano de diferentes generales golpistas que se sucedieron
rápidamente en el poder sin que el pueblo tomara parte, por tanto, se pasó de
un régimen totalitario-absolutista y decadente a otro igual de totalitario pero
más centralizado y uniformizante, un falso Estado-nación, centralización que
los reyes españoles de las familia de los Borbones ya intentaron con notable
éxito en el caso del reino de Aragón-Catalunya, pero que no supieron finalizar,
situación que se prorrogará durante todo el siglo XX, con las adecuaciones
pertinentes del sistema totalitario a cada época según el devenir mundial.
El diputado carlista por Bizkaia en 1869 Juan Antonio de Vildósola, definió bien la centralidad de la reivindicación foral en el ideario político del carlismo vasconavarro: "Como hijo de esa noble tierra, comprendo muy bien que ese país no puede prescindir de su política vascongada, y que los que aspiren a ser representantes de la comarca euskara no pueden menos de tremolar muy alto el lema vasco de ¡Dios y Fueros!, abarca que todas nuestras aspiraciones, la grandeza y la gloria que nuestras libres instituciones encierran (...).
¿Quieren que no haya conflictos de ninguna especie en las Provincias Vascongadas? -exclama en el Parlamento en 1871- Pues nada hay más sencillo: digan a las autoridades que no intervengan para nada en los asuntos de aquellos pueblos (...) En aquellos pueblos hay leyes que responden a todas sus necesidades; aquellos pueblos tienen en un grado eminente una cualidad que se ha perdido ya en los demás de la Península, que es saber usar de aquella libertad y saber respetar aquellas leyes" (Fernando Sánchez Aranaz).
El primer rey Borbón de España, familia que reinaba en Francia y
que primeramente reinó en Nabarra, el francés Felipe V de Anjou (1683
Paris-1746 Madrid), no ocultaba su “deseo de reducir todos mis reinos de España
a la uniformidad de unas mismas leyes, usos, costumbres y tribunales,
gobernándose igualmente todos por las leyes de Castilla” (Novísima Recopilación
de España 3,3,1). Este texto deja patente que España en el siglo XVIII era
todavía un lugar geográfico (Hispania) de una serie de reinos bajo una misma
corona, donde Castilla era el reino más poderoso.
El principal elemento novedoso para tal centralización, fueron las
elecciones impuestas y que pasaron a ser conjuntas para todo el Imperio
español, donde el poder central decidía quién podía participar y donde la
posibilidad de defender los intereses de los nabarros era (y es) nula; modelo
antidemocrático semejante al actual, fruto de la invasión del Estado nabarro y
de varias guerras posteriores hasta acabar con el poder militar del pueblo
nabarro.
Foto propia (2022), monte Serantes |
“Una ley que determina que es la mayoría quien decide en última
instancia el bien de todos no puede edificarse sobre la base adquirida
precisamente por esta ley; es preciso necesariamente una base amplia, y esta
base es la unanimidad de todos los sufragios” Nietzsche.
“Caben grados en la democratización del Estado, sin que sea
posible quizás jamás alcanzar el óptimo en tal dirección. Pero hay un mínimo de
condiciones sin cuya presencia no cabe ya denominar a un Estado democrático.
Por lo que respecta basta señalar dos de ellas para confirmar el carácter
antidemocrático del Estado español: la primera y fundamental es el no
reconocimiento político y legal de las naciones o pueblos que ocupan el
territorio sobre el que extiende su soberanía.
(…) ineludible en un sistema
democrático, es la posibilidad para todo cuerpo político de asegurar mediante
la fuerza propia de uno u otro género, la defensa de las instituciones con las
que se ha dotado y al mismo tiempo de controlar también a sus propios
guardianes (…); el ejército español sigue siendo en todo caso custodio sólo de
los permanentes intereses de la “nación” española que están hoy por hoy en las
antípodas de los nuestros. (…) No hay posibilidad para los vascos de participar
en la política general del Estado (español)” (Joseba Ariznabarreta “Pueblo y
Poder”, Orreaga 2007).
Wikipedia: “El pueblo, que hasta entonces se reconocía como
"vasallo del Rey de España", comenzó a identificarse como
"español". En las Cortes de Cádiz, los términos de "reino"
y "monarquía" fueron sustituidos por "nación",
"patria" y "pueblo". Como declaró el diputado asturiano
Agustín Argüelles al presentar la Constitución de 1812, «españoles, ya tenéis
patria»”. Esa nueva nación o patria se impuso aprovechando las Guerras
Carlistas, a sangre y fuego.
“A fuerza de pensar abstractamente en la nación, se creyó que ésta
era un Madrid centrifugado, enorme que llegaba hasta mares y se apoyaba en el
Pirineo. La política nacional que había en las cabezas era una política
madrileña. La idea nacional quedaba, por prestidigitación inconsciente,
suplantada por una idea particularista. Era madrilenismo”. Ortega y Gasset
(Madrid 1883-1955), “Mundo y Expansión, Colección Grandes pensadores”.
Francisco Ulibarri Veramendi en 1872, comandante general del ejército carlista en Vizcaya, en pie con uniforme militar, condecoraciones y boina carlista. |
El intervalo entre las dos guerras carlistas fue de gran
prosperidad económica con continuas buenas cosechas y la primera revolución industrial
en toda la península que tuvo lugar en Bizkaia. Pero en esta época también se
produjo la segunda parte de las desamortizaciones (subasta pública de tierras
hasta entonces en poder del clero) iniciadas en 1835 por el gaditano
Mendizábal, y que retomó el también ministro de Hacienda Pascual Mandoz (de
origen nabarro), pero esta vez llegaron las desamortizaciones a las tierras
comunales de los municipios, elemento muy propio de las tierras nabarras y que
evitaba que mucha gente pasara hambre.
Generalmente los compradores fueron
nobles, militares, funcionarios y grandes comerciantes, con lo cual las
propiedades sólo cambiaron de manos y no llegaron a las clases más populares
para que las trabajaran; con las desamortizaciones el Gobierno logró grandes beneficios
para pagar sus deudas. Todas las Diputaciones nabarras se opusieron a estas
nuevas desamortizaciones, considerando que violaban las disposiciones forales
sobre las tierras, consiguiendo salvar con ello parte del tejido comunal
nabarro.
Las desamortizaciones de los liberales habían traído las iras del
clero que vieron mermados sus ingresos y bienes y espetaron al pueblo frente a
ellas. Además, estaba el intento de separar la Iglesia y el Estado que el clero
no veía con buenos ojos, hecho que no buscaba la libertad de culto ni era
porque los liberales fueran menos católicos, sino que intentaba conseguir una
menor ingerencia de la Iglesia en asuntos político-sociales. El concordato de
1851 consagró la reconciliación de la Iglesia con el régimen liberal y los
generales, con lo que se aplacó, en gran parte, al clero.
En 1866 la “Diputación Foral de Navarra” propuso a las tres
“Diputaciones Forales Vascongadas” crear un órgano común para dar una serie de
servicios: fiscalidad, sanidad, universidades etc. Se creó lo que se llamó
“Laurak bat” (Los cuatro uno), copia del lema “(H)irurak bat” (Las tres una) de
la Real Sociedad Baskongada de Amigos del País. Las Diputaciones de la Nabarra
Occidental no aceptaron la propuesta de Alta Navarra. Hubo (y hay) centros
vascos con ese nombre en Buenos Aires, La Habana y Montevideo.
Isabel II de Las Españas, de escasa capacidad intelectual y preparación académica, en realidad vivió ajena a la gobernación del reino, muy atareada en su "azarosa" vida personal y sentimental. Casada con un primo homosexual, tuvo 12 embarazos de diferentes amantes. Fue una época desastrosa para España, con un Golpe de Estado tras otro entre conservadores y progresistas. Estaba en un balneario de Lekeitio con su último amante cuando le llegó la noticia de otr Golpe de Estado contra ella por el General Topete y Carballo, tuvo que huir de España a la Francia de Napoleón III, fue llamada la Revolución de 1868 "La Gloriosa". Isabel vivió 36 años en su lujoso exilio, totalmente ajena a la política española Dibujo
publicado en la revista satírica "La Flaca" en febrero de 1870 con Isabel II y su numerosos amancebados. En los cuadros de la pared se representa la pelea entre Fernando VII y su padre Carlos IV y en el otro con su hermano Carlos V |
En el año 1868 Isabel II, la reina cuya coronación fue el
detonante de la Primera Guerra Carlista, fue destronada mientras veraneaba en
Lekeitio (Bizkaia) por los generales golpistas Prim, Topete y Serrano, que se
alzaron en Cádiz y derrotaron al ejército gubernamental en Alcolea (Córdoba),
conocida esta revolución como “La Gloriosa”, e impusieron un régimen
autoritario dirigido por el general Serrano; la reina española Isabel huyó a Biarritz.
A Isabel le habían fallado las grandes inversiones que planteó en
los Altos Hornos y ferrocarriles que no dieron los beneficios esperados, además
de achacársele una vida sexual tumultuosa con numerosos amantes, entre ellos el
oficial catalán Puig Moltó, padre de su hijo Alfonso XII, o el propio general
golpista Serrano.
En 1869 se proclamó una nueva Constitución española y un nuevo
“gobierno monárquico constitucional”, para lo que se nombró rey a Amadeo de
Saboya. Pero el nombramiento de un Saboya, de origen francés como los Borbones
y que reinaban en Italia, fue mal acogido por el pueblo que veía en él a un
extranjero. Además, existía en Europa una agitación clerical por la pérdida de
los Estados Pontificios por causa de la familia Saboya que había logrado la
unificación de Italia (1861).
El asesinato del General Prim, principal valedor
de Amadeo, el estallido en 1872 de la Segunda Carlistada, así como la fuerte
oposición del pueblo, puso fin al reinado de Amadeo y éste huyó en 1873.
En ese período, en las elecciones españolas de 1871, se dio una
contundente victoria del carlismo en las tierras nabarras en las que se ve bien
a las claras el masivo apoyo de sus ideas por los vascos, pese a constreñir el
censo a los hombres más pudientes y por tanto más cercanos al poder que ya
estaba centralizado en Madrid, los resultados fueron contundentes: todos los
diputados de Bizkaia (cuatro) y Gipuzkoa (tres) fueron carlistas, la mitad de
los de Alaba (dos de cuatro diputados) y 6/7 en la “provincia” de Navarra.
El
número de diputados nos muestra la proporción de la población de cada una de
las provincias vascas peninsulares y lo uniforme del pensamiento entre la
población vasca, a la cual se quiere a veces tachar de lo que no era, como un
pueblo aferrándose a un pasado absolutista, pues la intelectualidad vasca, la
más liberal de la península, representada por los miembros de la “Real Sociedad
Bascongada de Amigos del País”, además de todos los liberales vascos, eran
fueristas y fue la religión-tradición pero sobre todo los Fueros lo que
defendían los carlistas. En España el fracaso del carlismo fue evidente y
ganaron las posturas centralizadoras y uniformizadoras del Imperio.
Los Fueros eran mucho más liberales, mucho más garantistas y sobre
todo más participativos que todas las Constituciones españolas del siglo XIX
gracias a elecciones con sufragio por “fuegos” u hogares que se venían
convocando de forma continua desde la Edad Media, frente a las nuevas
elecciones de voto censario masculino para el entre 1 al 5% de la población más
rica, según las Constitución española de que se tratase: la de Baiona de 1808,
Cádiz 1812, Estatuto Real de 1834, Constitución de 1837, Constitución de 1845,
Proyecto de 1852, Constitución de 1856, Constitución de 1869, Proyecto de 1873
(Primera República) y la Constitución de 1876, por lo que la supresión de los
Fueros supuso una gran merma en derechos y libertades para los nabarros, que se
ve claramente en el enorme retroceso del euskera que siguió a la pérdida de las
carlistadas (lingüicidio y nacionicidio), sin parangón desde la invasión del
reino de Nabarra .
La Segunda Guerra Carlista
“La paz obtenida con la punta de la espada no es más que una
tregua”. P-J. Proudhon (1809–1865), anarquista francés.
La Segunda Guerra Carlista tuvo un fuerte carácter fuerista desde
el principio, tras ver las orejas al lobo, los Fueros y la religión fueron los
bastiones morales de las columnas carlistas y decayó el carácter
independentista, aunque no desapareció, es más, se consiguió la reactivación de
nuestro Estado durante unos años que no se había conseguido durante la Primera
Guerra.
El primer alzamiento de 1872 tuvo como excusa las elecciones
fraudulentas de primavera de ese año, donde numerosos muertos votaron y donde
sólo se dio la victoria carlista en las cuatro “provincias” nabarras (15
escaños), consiguiendo sólo 51 escaños en las Cortes españolas.
Carlos V de España había muerto y era a su sobrino Carlos María de
los Dolores, Carlos VII de España, al que eligieron en 1873 los carlistas como
rey en Loyola (Azpeitia-Gipuzkoa). Carlos VII dictó instrucciones de
"Levantamiento de las cuatro Provincias Vascas y cuatro Catalanas".
El primer conato acabó pronto con el "Acuerdo de Amorebieta" y no
prendió.
En España se proclamó la Primera República española tras la huida
del rey Amadeo de Saboya, duró poco más de un año (1873-74) y conoció cuatro
presidentes: Figueras, Pi y Maragall, Salmerón y Emilio Castelar, cuyo
pensamiento era muy minoritario entre el pueblo y en un parlamento mayoritariamente
promonárquico, estando además los republicanos divididos entre federalistas y
los unitarios o centralistas.
Por ello, el intento fue abortado rápidamente, su
proyecto de Constitución, tras unas elecciones fraudulentas y un intento de
golpe de Estado, no llegó nunca a promulgarse, proyecto que definía España como
una República Federal, integrada por diecisiete Estados, que se daban su propia
Constitución y que poseerían órganos legislativos, ejecutivos y judiciales,
según un sistema de división de competencias entre la Federación y los Estados
miembros (como los tuvieron hasta las Guerras Carlistas o la llegada de los
Borbones). Sería el primer intento de democratizar España pero que no tuvo
continuidad (Wikipedia).
En invierno del año 1873 se produjo el verdadero alzamiento
carlista, pero limitado prácticamente a los territorios que habían perdido sus
Fueros y se negaban a aceptar al nuevo modelo centralista de Estado-nación.
Aunque también se extendió por el Levante, pronto quedó reducido a los diferentes
territorios en que estaban divididos los nabarros y Catalunya. En la toma de
Bilbao, el vasco José Garín, usó un nuevo sistema de guerra: las trincheras,
fue el primero en la historia en hacerlo.
Destacó en la contienda el guerrillero gipuzkoano "el Cura
Santa Cruz", Manuel Ignacio Santa Cruz Loidi (Elduaien 1842-Colombia
1926), que al empezar la Segunda Guerra Carlista contaba con 30 años.
Se hizo
fuerte en los montes y bosques gipuzkoanos y se puso al frente de los carlistas
en una guerra de guerrillas que rechazaron sus mandos. Santa Cruz personalmente
nunca disparó tiró alguno ni mató a nadie.
Su excesiva dureza, tanto contra las
tropas de ocupación liberales como contra los dirigentes carlistas en Gipuzkoa,
Leizarraga y Dorronsoro por los que se sentía traicionado, hizo que éstos
últimos le formasen un consejo de guerra, huyendo Santa Cruz a Francia. Volvió
con un grupo de guerrilleros y luchó con sus incondicionales contra liberales-centralistas y
carlistas.
Finalmente tuvo que volver a huir a Francia, donde recibió la
noticia de la pérdida de la guerra, entrevistándose con Don Carlos, al que le
explicó porqué se perdió la guerra, después pasó a Inglaterra y América, donde
logró el perdón del Papa y se hizo misionero en Jamaica y Colombia entrando al
final de su vida en la Compañía de Jesús.
La bandera usada por las guerrillas
de Santa Cruz era la bandera negra pirata con la calavera (con o sin tibias
cruzadas) y la leyenda “guerra sin cuartel”. La bandera de los carlistas era la
Cruz de San Andrés o de Borgoña: blanca con cruz roja. El cura Santa Cruz murió
en Colombia en 1926, a los 84 años de edad.
En diciembre de 1874 se produjo otro nuevo golpe de Estado en
Sagunto por el militar Martínez-Campos y por la “restauración borbónica” contra
el gobierno del general Serrano (el amante de Isabel), que a su vez había
acabado con otro golpe de Estado encabezado por el General Pavía con la Primera
República Española.
Cánovas del Castillo en 1873: “Lejos yo de desear que desaparezcan de allí instituciones semejantes [los Fueros], queríalas yo comunicar, si fuera posible, al resto de España” |
El liberal moderado Canovas del Castillo se hizo con el poder con
el consentimiento del militar Martínez-Campos y acabó con una época de
constantes cambios de presidentes y generales dictadores que poco o nada tenían
de liberales. Canovas del Castillo propuso en 1874 un pacto a Carlos VII de
España: la devolución de todos sus bienes hereditarios, el casamiento de su
hija Elvira con el bastardo Alfonso XII y el respeto a los Fueros de las cuatro
provincias vascas como si la contienda no hubiese tenido lugar, de lo contrario
no respetaría nada.
Don Carlos no aceptó. Alfonso XII, hijo de la reina Isabel
y del oficial catalán Puig Moltó, había sido nombrado rey por los liberales
moderados en 1874 que crearon un nuevo régimen de monarquía parlamentaria.
Martínez-Campos tomó Olot, capital del carlismo catalán, y la Seu de Ugell,
acabando con el carlismo en Catalunya en 1875.
En 1876 Cánovas mandó escribir otra nueva Constitución española
más adecuada a su ideario “canovista” y dónde sólo podía votar el 5% de la
población masculina más pudiente , por lo que una plutarquía o gobierno de
hombres ricos siguió gobernando, como siempre, en España, sobre todo los
“liberales moderados” de Cánovas, alternando con los amigos o “liberales
radicales” de Sagasta, el otro gran político español de este período, empezando
una época conocida como "la Restauración", período caracterizado por
una gran corrupción donde todas las elecciones eran amañadas y pactadas
previamente entre los ricos.
Cánovas, político clerical y de derechas, pactó
con fuerzas integristas la suspensión de la libertad de cátedra y afianzó el
principio integrista que hacía de la nación española un proyecto sostenido en
la “voluntad divina”, por tanto, tampoco se produjo la separación entre el
Estado y la Iglesia católica, como en ninguna Constitución española del siglo
XIX, y permanecieron unidas, prácticamente , otro siglo. Tampoco dejó de ser el
rey-reina de turno el máximo representante del Estado español, aunque con
muchas menos atribuciones que en el régimen anterior o absolutismo (la
principal diferencia).
Canovas era defensor de la superioridad de unas razas sobre otras,
partidario de la esclavitud, contrario a la democracia y al sufragio universal.
Ello no parece obstáculo para que la historiografía española lo tenga por
“liberal” y uno de los «padres» de la patria española y sea, oficialmente, el
referente histórico e intelectual del principal partido de la derecha española
del siglo XXI.
En un texto recogido por Tuñón de Lara en su obra "La
España del siglo XX", dice Canovas textualmente: "Los negros en Cuba
son libres, pueden tener compromisos, trabajar o no trabajar... y yo creo que
la esclavitud era para ellos mucho más preferible a esta libertad (...). Esos
salvajes no tienen otros dueños que sus instintos, sus apetitos
primitivos". España tenía en esta época 300.000 esclavos en Cuba de 1,5
millones de habitantes.
El liberal "moderado" Canovas del Castillo, se hizo con el poder con el consentimiento del militar Martínez-Campos, y acabó con una época de constantes cambios de presidentes y generales dictadores que poco o nada tenían de liberales.
En 1896 en Barcelona, durante la celebración del Corpus Christi, los anarquistas querían atentar contra "el ejército español, el clero y los burgueses", pero erraron su objetivo y durante el paso de la procesión del Santísimo de la Catedral de Santa María del Mar, un anarquista lanzó una bomba Orsini que causó la muerte a 12 fieles que habían asistido a la procesión.
La policía encerró en pocas horas a 400 anarquistas en el Castell de Montjuïc durante un año, donde fueron cruelmente torturados. Al año de estar encerrados y tras el juicio, hubo 28 penas de muertes y 59 cadenas perpetuas, el resto fue liberado sin cargos en lo que se conoció como "Procesos de Monjuic". El presidente del Gobierno, el mencionado Cánovas del Castillo, incluyó el anarquismo como "delito de terrorismo".
En el año 1897, Cánovas del Castillo acudió a Donostia-San Sebastián a despachar con la reina regente María Cristina (la madre del rey Alfonso XIII) que veraneaba en la capital gipuzkoana como de costumbre. Aprovechó su estancia en Gipuzkoa para cogerse unas vacaciones en el Balneario de Santa Águeda de Arrasate-Mondragón (barrio de Garagarza), que ya conocía y el cual estaba muy de moda entre la alta sociedad española.
El 8 de agosto, tras acudir a misa, se sentó Cánovas junto a la piscina termal en la pequeña ermita del Balneario, y pese a que contaba con 21 agentes como escolta, el anarquista italiano Miguel Angiolillo, que estaba allí alojado como periodista una semana antes, se le acercó y le asesinó de tres balazos en venganza a los "Procesos de Montjuic".
Angiolillo fue ejecutado a garrote vil en la prisión de Bergara 12 días después, el Gaztetxe actual conserva la sala donde estuvo encerrado Angiolillo como Biblioteca y lleva el nombre del anarquista. No se supo quién le pudo ayudar al anarquista, sospechándose de cubanos y de estadounidenses, entonces en lucha por la independencia de los primeros.
“Hila da Canovas,
joan da Canovas,
Pikaro gaizki hazia!
Galdu zituen ifar garbiak,
Jarri du trumoi nahasia.
Galdu zituen Foruak eta
Jainkoaren grazia;
Galdu zituen bere lagunak,
Galdu du bere bizia!”
Juan Manuel Lujanbio “Txirrita” (1860-1936).
(Ha muerto Canovas, se ha ido Canovas, ¡pícaro mal nacido!. Perdió todas las sonrisas limpias, puso la tormenta confusa. Perdió los Fueros y la gracia de Dios; perdió a los amigos, perdió su vida!)
Mientras, en Nabarra, entre 1873 a 1876, se creó un pleno
"Estado Federal Vasco Carlista” con las cuatro “provincias”, con todas las
atribuciones de un Estado: moneda, sellos, Tribunal de Justicia o deuda pública
propia, con un centro de comunicaciones en Baiona (Lapurdi), tras el
consentimiento del gobierno francés, y, finalmente y lo más importante, con un
ejército de 24.000 soldados que lo defendía. Con la formación de un Estado
nabarro pleno, Carlos IV de Nabarra (sería quinto si contamos al príncipe de
Biana, pero que en realidad nunca reinó), buscaba el reconocimiento
internacional a su corona que nunca se produjo. Fue una pequeña brisa de
libertad después de varios siglos desde que se perdió el Estado soberano de
Nabarra.
“Al ser necesaria una constante movilidad del rey, siempre al
frente de su ejercito, los órganos de Gobierno habían de acompañar a la
trashumante Corte, pese a tener, esos mismos órganos, su sede oficial en algún
lugar concreto, que normalmente sería Vergara, excepto la Secretaría de Guerra,
con residencia en Zumárraga, y el Tribunal Supremo de Justicia, en Oñate
-mientras que en la guerra de 1833 lo había sido Estella-. Solo esta
población, y por escaso tiempo, pudo considerarse como capital de Carlos VII;
el pueblo la ha mitificado, y desde entonces es como el “arca santa” del
carlismo, gracias a la aureola legendaria que le dejó Carlos VII, pese a que
nunca fue, ni mucho menos, unánimemente leal a la causa.
La concepción carlista del Estado no admitía el sistema liberal de
Ministerios: El rey reinaba y gobernaba de acuerdo con las sugerencias de otros
órganos democráticos, como las Juntas del Señorío o las Diputaciones Autónomas,
y sólo se veía auxiliado por secretarías de las distintas ramas de la
Administración. De ahí que, no obstante disfrutar en la práctica de las mismas
prerrogativas que los Ministerios. Carlos VII contase con secretarías,
generalmente desempeñadas por personas más entusiastas que entendidas, pero
que, a pesar de ello, lograrían desarrollar una actividad asombrosa con
resultados muy efectivos.
El Gobierno carlista -ya lo hemos indicado- sólo era un
coordinador. La Administración, de hecho, la desempeñaba en cada territorio la
Diputación respectiva, que se hallaba en relación directa con el rey tras haber
éste jurado los fueros, o hacer promesa de respetar sus libertades” EKA (Eudo).
Los carlistas siguieron divididos como en la Primera Guerra en
diferentes facciones que luchaban entre sí y que acabaron debilitando sus
filas, lo que llevó al Ejército liberal a poder depurarse y recuperar todo el
territorio perdido.
Durante la noche del 12 de abril de 1875 unos 80 carlistas del batallón de Arratia, lograron acercarse hasta la puerta del fuerte liberal de Axpe en Erandio en completo silencio |
Entre 1875-76 tuvo lugar la gran ofensiva contra las cuatro
“provincias” nabarras, 120.000 soldados profesionales y voluntarios liberales
frente a las milicias de 33.000 voluntarios carlistas.
Teodoro de Rada "Radica", participó en la Primera como cadete y en la Segunda (Tercera) Guerra Carlista al frente del 2º Batallón de Navarra (Pamplona 1822-Santurtzi 1872)
Tras la caída de la base carlista de Lizarra-Estella (Alta
Navarra), su sede central, Don Carlos, apodado “el Chapas” por todas las
condecoraciones que llevaba, huyó por Tolosa y se refugió en el Baztan.
Al
cruzar la frontera por Valcarlos-Luzaide, miró hacia atrás y dicen que dijo:
"volveré", como antes lo hiciera Juan de Albert, el último rey de
Alta Nabarra hasta el momento (y luego otros personajes históricos y del cine),
pero D. Carlos se equivocaba.
"Batalla de Somorrostro" del 25 de marzo d 1874
Medalla creada por Carlos VII tras la "Batalla de Somorrostro" para las tropas del "Ejército del Norte" por su heroico comportamiento contra los liberales-centralistas
La última gran batalla tuvo lugar en Muskiz-Somorrostro (Bizkaia). La
derrota fue plena y no hubo “pacto” alguno, como en la Primera Guerra Carlista.
“Carlistas venid
Carlistas llegad,
Y veréis a Don Carlos,
Borracho,
Montado en un macho
Hasta Francia llegar”.
Una de las muchas canciones que los liberales dedicaban a los
carlistas.
Ley Española de 21 de julio de 1876 en su artículo 1 decía:
"Los deberes que la Constitución política ha impuesto siempre a los
españoles de acudir al servicio de las armas cuando la Ley los llama, y de
contribuir en proporción de sus haberes a los gastos del Estado, se extenderán
como los derechos constitucionales se extienden, a los habitantes de las
provincias de Vizcaya, Guipúzcoa y Álava del mismo modo que a los demás de la
nación".
Alta Nabarra ya acudía “al servicio de las armas” españolas desde
la pérdida de la Primera Guerra Carlista (Ley Paccionada de 1841) y a todos los
nabarros peninsulares de los “Estados separados ” se nos incluye ahora en el
término “españoles” por primera vez por lo que se deduce de la redacción de la
ley, por lo que nos cobraron unos impuestos y redujeron nuestros derechos, sin
que pudiéramos ya aplicar el “pase foral”, y se habla de que “la Ley los llama”
frente al “rey” como era hasta entonces, pues no existía una ley común a
españoles y nabarros sino una conjunción de reinos bajo una corona, pero donde
unos reinos estaban sometidos a otros gracias a la superioridad militar que
llevó a invadirlos y ahora a destruir su resistencia a perder su idiosincrasia
y nación.
De todos modos, uno se podía librar del Servicio Militar pagando una
cantidad, con lo que sólo la hacían los más pobres (la mayoría).
Un nuevo exilio
Un gran grupo de carlistas como ocurrió durante la primera Guerra, optó por el exilio, lo cuenta así el editorialista José María Esparza Zabalegi:
"Finalizaba febrero de 1876 y el ejército vasconavarro perdía la última guerra carlista. Acuciados por el ejército “de la nación”, como lo llamaban los liberales, cinco mil soldados carlistas, junto a mil quinientos oficiales, cruzan las mugas por Luzaide. Son los irreductibles, los que prefieren el exilio o la emigración a América antes de rendirse a los “negros”. En Madrid comienza la campaña de “cuarenta y cinco provincias contra cuatro”, exigiendo la abolición de los fueros y la imposición, de una vez por todas, de la “unidad nacional”.
En Donibane Garazi les espera el ejército francés que los desarma. Llevan días caminando, sin comer, y en la capital bajonabarra no pueden alimentar a tantos. Les ordenan seguir caminando hacia Baiona, donde el prefecto de la ciudad, conde Remacle, se haría cargo de ellos hasta llevarlos a los campos de internamiento. La crónica que el prefecto envió a las autoridades de París, narrando su entrada en Baiona, es estremecedora: después de tres años de guerra, “estas valientes personas acababan de caminar ciento veinte kilómetros de pie y con el estómago vacío.
Sin embargo, desfilaron en muy buen orden y con paso alerta, coreando su marcha con el canto nacional de los vascos: Guernicaco Arbola, y aire marcial bajo sus boinas en varios colores, según los cuerpos a los que pertenecían”. Dentro de su desgracia, escribía el prefecto, “uno no podía evitar admirar su resistencia física y moral” (Pasajes "olvidados" de nuestra historia: https://www.noticiasdenavarra.com/opinion/tribunas/2022/08/20/pasajes-olvidados-historia-5930285.html)
Bandera española de la Constitución de 1876 que supuso la "Restauración Borbónica (1875-1931), donde no aparecen los escudos de las coronas de Nabarra y Aragón (ni las del reino de Granada), las cuales se incorporaron tardíamente en 1978 |
En 1877 se llama por primera vez a quintas a todos lo nabarros
peninsulares en medio de amenazas de invadir las nuevas “provincias” ante la
resistencia mostrada. El servicio militar español suponía, por ejemplo si te
tocaba Filipinas, 7 años fuera de casa.
Una de las pocas fotografías del ejército carlista en campo abierto durante la Segunda Guerra entre 1872-1876. Se trata de la 4ª batería de artillería montada de Nabarra con el pueblo de Aberin al fondo, cerca de Estella-Lizarra
"En tiempo de paz los habitantes de las provincias vascongadas estaban exentos del servicio militar, mientras que en (Alta) Navarra era obligatorio para un miembro de cada familia, lo cual no impedía que muchos segundones hicieran carrera en el ejército español. En tiempo de guerra se decretaba la movilización de todos los hombres entre los 18 y los 60 años, que formaban milicias forales, a cuyo mando estaban jefes militares nombrados por las Diputaciones. Estas milicias no tenían obligación de salir de su provincia, en cuyo caso los hombres debían recibir una soldada. Anualmente en cada villa se realizaba una revista de esas milicias" (Fernando Sánchez Aranaz).
El aristócrata catalán Ramón Cabrera i Grinyó (1806-1877), el Tigre del Maestrazgo, llegó a ser el máximo responsable del ejército carlista |
La imposición aduanera no trajo en sí mejora alguna a la economía vasca, de hecho en el caso de la reconvertida a “provincia” de (Alta) Nabarra, la evolución económica fue un constante perder poder económico y político y trajo la despoblación de sus pueblos.
Emilio Castelar, presidente de la Primera República española (1873-74),
en la sesión de las Cortes españolas del 16 de julio 1876 dijo: "Aquí
asistimos a los funerales de la libertad de una raza, con el recogimiento y el
dolor con que se asiste a todas las sublimes tristezas de la muerte". Para
el presidente de la república española, la supresión de los Fueros equivalía a
la eliminación de la “raza” vasca, hoy usaríamos palabras como “idiosincrasia”
o “pueblo” (idioma, cultura, leyes y cualquier rasgo de identidad ).
La Junta de Merindades de Bizkaia ofrece a Don Carlos vidas y haciendas en nombre del M.N. y M.L. Señorío: 3 de mayo de 1874. Libro/ Álbum / Doc. Archivo: El Estandarte Real: revista político-militar ilustrada Descripción : Edición correspondiente a Julio de 1889. Ilustra el artículo «Las Merindades de Bizkaia y Don Carlos de Borbón» de M.N. Tras retirarse de Bilbao y Somorrostro, el ejército carlista, con Don Carlos a la cabeza, avanzó hacia el interior. A su paso por Durango, la Junta de las Merindades, le solicitó audiencia para mostrarle su apoyo. Basado en una fotografía del cuadro de Antonio Maria de Lekuona.
Karl Marx, padre del comunismo, sobre el carlismo en el "New
York Daily Tribune" de 1854 comentó (hay quién atribuye el artículo a
Lenin y otros dicen que es una inveción): "El carlismo no es un puro
movimiento dinástico y regresivo, como se empeñaron en decir y mentir los bien
pagados historiadores liberales.
Es un movimiento libre y popular en defensa de
tradiciones mucho más liberales y regionalistas que el absorbente liberalismo
oficial, plagiado por papanatas que copiaban a la Revolución Francesa. Los
carlistas defendían las mejores tradiciones jurídicas españolas, las de los
fueros y las cartas legítimas que pisotearon el absolutismo monárquico y el
absolutismo centralista del Estado liberal. Representaban la patria grande,
como suma de las patrias locales. Con sus peculiaridades y tradiciones propias.
El General carlista Nicolás Ollo Bidaurreta (Ibero 1816-Trapagaran 1874), participó en la Primera y en la Segunda (Tercera) Guerra Carlista https://eu.wikipedia.org/wiki/Nicol%C3%A1s_Ollo |
No existe ningún país en Europa que no cuente con restos de
antiguas poblaciones que han sido atropellados por el devenir de la Historia,
estos sectores son los que representan la contrarrevolución frente a la
revolución que imponen las minorías del poder. En Francia lo fueron los
bretones y en España de un modo mucho más voluminoso y nacional, los defensores
de D. Carlos.
El tradicionalismo carlista tenía unas bases auténticamente
populares y nacionales de campesinos, pequeños hidalgos y clero. En tanto que
el liberalismo estaba encarnado en el militarismo, el capitalismo (las nuevas
clases de comerciantes y especuladores), la aristocracia latifundista y los
intelectuales secularizados, que en la mayoría de los casos pensaban con la
cabeza francesa o traducían –embrollado- de Alemania".
Son reveladores de la forma de pensar de los liberales vascos el
discurso que una fecha tan tardía como 1906 pronunciaba en las Cortes de Madrid
José Orueta: "En cientos de años de régimen foral no se ha manifestado en
las provincias baskongadas asomos de separatismo, y en cuanto ha empezado a
infiltrarse el régimen centralizador han aparecido estas ideas".