NAPOLÉON Y EL ESTADO VASCONABARRO
Aitzol Altuna Enzunza
El siglo XIX es conocido como la “época de las revoluciones” o la “primavera de los pueblos”, en ese siglo nacieron, por ejemplo, los Estados italiano o alemán, pero para los nabarros el siglo XIX fue más bien un largo invierno.
El siglo comenzó con la derrota española y francesa en 1805 frente a las costas de Cádiz en Trafalgar, donde participaron y murieron en el fragor de la batalla vascos como el cartógrafo de Mutriku Cosme Damián Txurruka en manos de la armada inglesa al mando de Horacio Nelson.
Pero las cosas se torcieron aún más con la invasión de las tropas francesas de 1807 que tomaron Irun, tras la abdicación del rey de España de la familia francesa y profrancesa de Carlos IV de Borbón en su hijo Fernando VII y éste en José Bonaparte, hermano de Napoleón, que tuvieron lugar en el País Vasco, en Baiona.
Así, José Bonaparte se convirtió en el jefe de Estado del reino de España y al que parte del pueblo español insultaba llamándolo “Pepe Botella” por su supuesta afición al alcohol, aunque en realidad fuese abstemio, por tanto, otro francés ocupaba la corona española como José I -siguiendo la cronología castellana que usa la corona española- como desde hacía para entonces más de 100 años. Durante los últimos años de la ocupación francesa de la Península Ibérica, el gobierno estuvo en la “almendra” de Vitoria-Gasteiz (casco histórico).
El nefasto primer ministro Godoy había dado permiso a las tropas napoleónicas para atravesar España y conquistar Portugal, la cual se negaba al embargo económico decretado por Napoleón a Inglaterra. Pero una vez en España, las tropas de Napoleón no se marcharon, sí que conquistaron Portugal (menos Lisboa que se les resistió), pero también toda España y sus colonias peninsulares como lo era Nabarra (y sin disparar un solo tiro). Fue una conquista como la que Fernando II de Aragón “el Falsario” o Alfonso VIII de Castilla hicieran con Nabarra y con la misma legitimidad, aunque incruenta y sin derramar los ríos de sangre de estos reyes imperialistas.
Godoy había pactado un segundo Tratado de Fointanebleu (1807) con el que se quedaba personalmente con el sur de Portugal (Alentejo y el Algarve) y se proclamaba “rey de los Algarves”, tras la ocupación por 100.000 soldados españoles y 30.000 franceses del Estado luso, mientras que el norte de Portugal sería para un nieto de Carlos IV, pero los franceses engañaron al iluso amante de la reina.
Los nobles españoles se sublevaron en Aranjuez, es el llamado “Botín de Aranjuez”, asaltaron los aposentos de Godoy y lograron la abdicación de su rey Carlos IV en su hijo Fernando VII, creyendo que con ello pararían a los franceses. Fernando entró triunfal en Madrid ante la atenta mirada las tropas francesas que creía de su lado. Pero incluso entonces la corona española estaba en el aire, ya que los afrancesados querían la corona para Joaquín Murat, duque de Berj, marido de Carolina Bonaparte. Los ineptos borbones llevaban un siglo en España y aún se les considera extranjeros.
Mariscal del ejército francés a quien Napoleón hizo rey de Nápoles (La Bastide, Lot, 1767 - Pizzo, Calabria, 1815). Hizo su carrera a la sombra del general Bonaparte, al cual acompañó como ayudante de campo en las campañas de Italia (1796-97) y Egipto (1798-99). Ascendido a general, ayudó a Bonaparte a preparar el golpe de Estado que le llevó al poder en 1799. En recompensa, Napoleón le casó con su hermana Carolina y le puso al mando de su Guardia Consular.
El propio Murat convenció a Fernando que acudiera a Burgos para pedir audiencia a Napoleón que se encaminaba supuestamente a Madrid y así poder preservar su recién asumida corona; su consejero Escoiquiz le apresuró que se adelantara a su padre. Por supuesto Napoleón no estaba en Burgos ni después tampoco en Vitoria, donde a Fernando una misiva del corso le citaba en Baiona adonde acudió apresuradamente y corriendo detrás de él fue también su padre, el ex rey Carlos IV, para intentar recuperar su corona que consideraba deslegítimamente apropiada por su hijo -en una situación cuasi cómica-, y con ellos llegó el ingenuo e inefable Godoy.
Los Borbones renunciaron por tierras y castillos ridículos sus pretensiones al trono español que pusieron fácilmente en manos de Napoleón, el cual con su ejército bien plantado en la piel de conejo era el verdadero soberano de España (“tierra de conejos” es el nombre en cartaginés-fenicio de la Península Hispánica).
El ex rey de España, el Borbón Fernando VII, desde su lujoso exilio en Francia, hizo declaraciones de admiración hacia el dictador Napoleón, los dirigentes españoles vendieron España por un lujoso retiro, los que quedaron dentro colaboraron abiertamente con los franceses y en mucho mayor número del que la historiografía española le gusta confesar, sobre todo, como no, la nobleza y la alta jerarquía eclesial. La ocupación de España fue un paseo militar para las tropas francesas.
Como dijo el Señor Tayllerad al propio Napoleón: “Con las bayonetas, sire, se puede hacer de todo, menos una cosa: sentarse sobre ellas”.
Precisamente, como la "Constitución de Baiona" será conocida la primera Constitución que ha tenido España, curiosamente impuesta por los franceses con el beneplácito de los notables españoles que acudieron al evento (66 de los 150 convocados); esta primera Constitución española establecía un sistema bicameral con Senado de Infantes y Asamblea Legislativa de 172 diputados con toda la apariencia de una democracia como tantas Constituciones españolas posteriores hasta la presente, José Bonaparte sería el nuevo jefe de Estado y de gobierno con el título de rey de España como queda dicho. El secretario y el presidente que escribieron la primer Constitución española, entre otros muchos, eran vascos. Se trataba de una ley mucho más moderna y liberal de lo que la sociedad española del momento era capaz de asumir.
Los vascos peninsulares negociaron a través de sus Diputaciones en Baiona dicha Constitución. Los representantes vascos ante Napoleón le pidieron que no incluyese a las provincias vascas en dicha Constitución porque, como escribió en un memorial Juan José Yandiola remitido al propio Napoleón el 26 de julio de 1808: “tiene(n) una que les ha hecho felices a sus naturales por espacio de varios siglos”. Por tanto, las Diputaciones vascas negociaron no defender el territorio según marcaba el Fuero y pasarse a la República francesa. Así, en la Constitución de Baiona en su artículo 144, se hacía alusión a los Fueros como asunto a recomponer “de acuerdo a los intereses de las provincias vascas y de la nación” francesa, claro está.
Los franceses crearon con las tres provincias de la Nabarra Occidental el "Gobierno de Bizkaia" en 1810 , por Real Decreto imperial, y el "Gobierno de Navarra" para Alta Navarra, ambos separados del previsto para España, aboliendo sin embargo los Fueros o el derecho pirenaico democrático-participativo y garantista, a diferencia de la nueva Constitución francesa para España; se impuso la Constitución de Baiona, pero sin embargo se mantuvieron las Diputaciones.
El Gobierno de Bizkaia duró 2 años encabezado por el francés Thouvenot con consejos en cada una de las provincias y el de (Alta) Navarra, son por tanto los antecedentes de la Comunidad Autónoma Vasca y de la Comunidad Foral Navarra y de sus respectivos gobiernos autonomistas.
Hubo muchos más partidarios en la ciudad y contrarios al gobierno francés entre el clero medio y bajo, por ser una Constitución laica. La propia Constitución baionesa dividía por primera vez Castilla en provincias.
Dominique Joseph Garat era el Ministro de Justicia de Francia (fue quien le leyó a Luis XVI la sentencia de muerte, muy a su pesar), le envió a Napoleón un informe en el que le pedía que se hiciese un Estado para Euskal Herria ocupada, bajo la dirección del emperador.
El ministro vasco (labortano) de Napoleón, propuso al Emperador la creación de un único ente administrativo autónomo con las 7 provincias vascas, al cual Garat denominó, por un error de conocimiento de la historia, "Nueva Fenicia" (no hubo nunca fenicios en tierras vascas). Dicho Estado vasco tendría una bandera colorada y su escudo sería el del Estado de Nabarra. Nueva Fenicia se dividía internamente en tres departamentos: Alaba, con Baja y Alta Navarra (con el nombre de Nueva Tiro), Bizkaia, Lapurdi y Gipuzkoa (Nueva Fenicia) y Zuberoa con los Valles del Ronkal y Salazar (Nueva Sidon).
El nuevo Estado vasco haría de tapón entre Francia y España, junto al reino de Aragón y el de Catalunya al estilo de las marcas francas, y Nueva Fenicia supondría una potencia marítima favorable a Francia frente a Inglaterra. Además proponía la creación del mencionado reino de Aragón y el principado de Cataluña, el resto de España formaría una única administración y Portugal se dividiría en tres regiones francesas.
Garat lo expuso así ante Napoleón: “Sobre las orillas de los ríos y en la laderas de los Pirineos, sea del lado de Francia o de España, y del Oeste al Este, desde el Océano hasta las fronteras de Aragón, viven bajo el nombre de vascos españoles y vasco franceses gentes que tienen conjuntamente todas las relaciones que los hombres puedan tener entre ellos y una comunidad de rasgos entre si que no aparece en la relación de los vascos españoles con los demás españoles, ni de los vascos franceses el resto de los franceses (…). Ni los vascos franceses ha tomado la lengua francesa, ni los vasco españoles la lengua de España; unos y otros han permanecido vascos (…). Las leyes que rigen a los vascos en Francia y España, que se llaman (respectivamente) costumbres y Fueros tienen entre si grandes analogías entretanto que difieren extremadamente de todas las leyes francesas y españolas (…). Los vascos españoles y los vascos francesas se tienen todos por nobles y así lo declaran sus leyes (…) lo que no deja de ser admirable que así ocurra en la siete demarcaciones con la misma pretensión.”.
Garat era partidario de “no dejar entrar en este territorio más que a verdaderos vascos (…)”, así como de “llevar a las escuelas públicas la enseñanza de su lengua (el vascuence, basque o euskera)”. Propuso a Napoleón por tanto la unidad territorial de los siete territorios vascos, con sus propias leyes o Fueros que tanta prosperidad les daba, lo que llevaría en su opinión, a que los vascos apoyaran a Napoleón y a Francia, creando una gran armada contra la inglesa en un futuro próximo, empezando por combatir desde ese momento como corsarios por Francia para su preparación.
Mientras, en España empezaba la resistencia del pueblo vendido sin el menor pudor al invasor por los Borbones. En Madrid tuvieron lugar los fusilamientos del 2 de mayo de 1808, tan bien plasmados en los cuadros de Goya , como represalia al alzamiento popular que tuvo lugar en la capital de la corona de los diferentes reinos de España de la mano de los capitanes Luis Daoíz y Pedro Velarde. Estos fusilamientos no crearán la más mínima reacción en el País Vasco, sí en España, pero los alzados son brutalmente represaliados.
Sirva de lo kafkiano de las situaciones en que los imperialistas españoles y franceses en su tendencia natural a la guerra nos han puesto a los nabarros, este verso de un bajo navarro, que al entrar en Madrid con las tropas napoleónicas en mayo del 1808 en la “Guerras del Imperio” como se llaman en Francia, y al ser preguntado por los madrileños que de dónde eran y responder que nabarros, los españoles pretendían que les ayudasen, al no entender que eran de la Nabarra norpirenaica invadida en 1620 por Francia:
Arribatu ginenien Madrilgo hirian,
Begitarte egilia franko izaten ginian
Nafartarrak ginela erraiten zaukutenian,
Haren alde izanen ginela behartzen zenenian.
(Euskal Jendea, “Xamar”)
El hecho es que no se registra ni la más mínima reacción en el País Vasco hasta 1809, cuando la presencia masiva de tropas francesas en Alta Navarra para mantener abierta la frontera con Francia, supone una carga excesiva para el campo navarro.
El historiador británico Ch. Esadaile (2004), destaca que la guerrilla nabarra contra Napoleón respondía a una situación socio-política particular, donde el campesino tenía unas condiciones económicas y fiscales muy ventajosas gracias a los Fueros del Derecho Pirenaico frente a sus semejantes en clase social en España y Francia.
Durante las guerras contra la invasión francesa, sobre toda Alta Navarra y tierras limítrofes, gobernaba realmente el "insurrecto" navarro, luego nombrado mariscal, llamado Espoz y Mina (Francisco Espoz Ilundain Mina Ardaiz, de Idotzin, Merindad de Sangüesa), con 10.000 milicianos o “guerrilleros” de los 30.000 que había en toda España. Espoz y Mina se expresaba en euskera con sus tropas, pues apenas sabía algo de castellano en esos primeros años de guerrillero, tal y como señalan sus biógrafos.
En junio de 1811 los batallones 3 y 4 comandados por Espoz y Mina llegaron hasta la muga (frontera) de Irun, atravesando antes Goizueta y Oiartzun, cruzando después el Bidasoa y luchando en Hendaia contra las tropas francesas. Tomó también Sangüesa, Arlabón, Tafalla, Sos en Aragón, Rocafort y en Gipuzkoa Mutriko y Hondarribia e incluso llegó hasta Zaragoza.
Gaspar Jauregi Artzai, natural de Urretxu (Gipuzkoa), era coronel a sus 20 años y mandaba sobre 3.000 hombres en Gipuzkoa; Tomás Antxia Longa hacía lo propio en Bizkaia (era natural de Mallabia); los dos, junto con Espoz y Mina, eran la cabecilla de la resistencia vasca, muchas veces actuaban en forma de guerrilla, luchando otras veces juntos. Aunque hay conocimiento de este tipo de lucha de guerrillas desde épocas romanas al menos, o como en Orreaga, es tras esta guerra cuando toman más fuerza.
También destacó el guerrillero ronkalés Gregorio Curuchaga Urzainqui, al cual 13.000 soldados franceses no consiguieron dar caza. El bando que ponía precio a su cabeza decía así: "Orobat entregatuco zaizquio lau milla duro arrapacen duenari edo arraparasten duenari edo ilzenduenari Gefe bandidoena Cruchaga" (se le entregará 4.000 duros a cualquiera que atrape, ayude a atrapar o mate al jefe de los bandidos Cruchaga).
Para los franceses, todos los insurrectos eran “terroristas”, llamados entonces bandidos, para los españoles eran y son héroes nacionales, aunque en el caso nabarro es difícil pretender ver en ellos patriotas españoles, ya que su defensa era del territorio nabarro y de los Fueros, sin tener la menor referencia a una unidad española por ser ésta inexistente en estas fechas, al ser “las Españas” diferentes naciones y reinos bajo una misma corona, diferentes en todo en idioma, cultura, historia, leyes, modos de vida etc.
Un sobrino de Espoz y Mina conocido como Mina el Mozo (1789 Otano, Alta Navarra -1817 Méjico), tuvo en jaque a las tropas francesas hasta que fue arrestado. Tras pasar por las cárceles francesas, desembarcó en América, donde, en una isla caribeña, se reunió con Bolívar y se repartieron los frentes. Mina el Mozo acaudilló la independencia de México y allí fue fusilado como traidor, por los mismos españoles que lo habían considerado héroe de lo que ellos llaman “Guerra de la Independencia”. Apenas tenía 28 años cuando entró en la historia de América.
Por tanto, Alta Navarra tuvo un papel importante en la llamada en España "Guerra de la independencia o las francesadas", por lo que los franceses tomaron fuertes represalias contra las milicias nabarras y al mando de Massena arrasaron Alta Navarra, deteniendo a 3.000 personas, ajusticiando y exiliando a muchas más.
Algunos quieren ver en Espoz y Mina a un gran patriota español, pero lo cierto es que sólo lucho por Alta Navarra y cuando se vio que ésta estaba siendo expoliada. Después, Espoz y Mina, no fue reconocido por Fernando VII a su vuelta de su tranquilo autoexilio, lo que le llevó a refugiarse a Iparralde y se pasó al bando liberal, a favor de los cuales se levantó en el llamado “Trienio Liberal”, llegando a luchar contra los Cien Mil Hijos de San Luis. Cuando ya era un anciano, luchó contra los carlistas, siendo derrotado por Zumalakarregi, al igual que muchos otros generales liberales.
Finalmente los franceses fueron expulsados de España, pero sólo lo consiguieron en realidad cuando obtuvieron la ayuda de las tropas portuguesa e inglesa. España se libró del proyecto Estado-nación francés: un idioma, una ley, una nación –la francesa claro- y un pensamiento único y totalitario: la nación que se iba haciendo con regueros de sangre confundida con el Estado, brutal teoría política que después los gobernantes españoles hicieron suya.
Los franceses salieron de la península Ibérica por donde entraron, así, en tierras de la Nabarrra Occidental, las últimas batallas fueron muy duras. En Vitoria, donde se encontraba el Gobierno español de José Bonaparte, se produjo una importante derrota francesa a manos también del Duque de Wellington y el general José Goikoetxea y Salazar en 1813, conocida como la “batalla de Vitoria”, donde murieron 5.000 franceses, cuyos cuerpos siguen aún hoy apareciendo en diversas obras y excavaciones que se llevan a cabo en la ciudad.
Mucha peor suerte corrió San Sebastián a la que no se le perdonaba su posición pro independentista y pro francesa de la Guerra de la Convención de 1794 (se puede leer al respecto el artículo que escribí con el título “La declaración unilateral de independencia de 1794”), la cual fue nuevamente saqueada y finalmente incendiada, esta vez por las tropas anglo-español-portuguesas que entraron en la muralla por donde está el actual mercado de “la Bretxa”, con el duque de Wellington a la cabeza, logrando echar a los franceses hasta más allá de Baiona, no sin antes asesinar a sangre fría a gran parte de la población de San Sebastián y violar a todas las mujeres y niñas, lo cual extrañamente se celebra todos los años con una tamborrada el día de San Sebastián.
“Era el 22 de julio de 1813 cuando lanzó sus fuerzas al asalto de la conflictiva ciudad. Pero las fuerzas de ocupación pudieron con ellas y fueron rechazadas. En Astigarraga fue detenido y hecho prisionero un piquete de portugueses y habiéndoles tratado el pueblo a pan y manteles, confesaron que tenían la consigna que de haber tomado la ciudad, la incendiaran pasando a todos sus habitantes a cuchillo, que así lo tenía mandado el General (español) Castaños https://www.naiz.eus/eu/iritzia/articulos/donostia-1813ko-abuztuak-31
El pueblo donostiarra que lo oyó huyó despavorido. La entrevista Wellington- Castaños queda aclarada: ingleses y portugueses al mando de un nadie tomarían la ciudad, la masacrarían y quedaría el generalato español y sus huestes vírgenes de polvo y paja.
Hubo que cerrar las puertas de la ciudad, que no se vaciara. Pero protegidos los que pudieron en Pasaia Donibane, escribieron a Lesaca a Wellington si era cierto lo de ser pasados a cuchillo. Respondió su lugarteniente, general Alava que “cómo podían hacer caso a gentes sin mando”.
Tuvo que venir el mismo Wellington, quien el 31 de Agosto llevó a cabo la operación de la toma de San Sebastián; a continuación, los “sin mando” se dedicaron a llevar a cabo sin tacha la consigna de Castaños.
(Arthur Wellesley, duque de Wellington; Dublín, Irlanda, 1769 - Walmer Castle, Kent, Inglaterra, 1852) Militar y político británico. Ingresó en el ejército en 1787 y años más tarde sirvió en la India, donde su hermano Carlos -el marqués de Wellesley- era gobernador (1796-1805). Y, siguiendo también a su hermano, entró en política como diputado conservador en la Cámara de los Comunes en 1805, y ejerció como secretario para Irlanda en 1807.
En el acta levantada por los supervivientes en Enero del inmediato 1814 que se publica en el libro “La Reconstrucción de San Sebastián” se describen las barbaridades cometidas sin cuento: las violaciones sobre cadáveres, los acuchillamientos de madres sobre sus hijos, el salvarse hundiéndose en los pozos negros y los incendios de portal en portal. De 600 casas saqueadas, 500 quemadas, todas las niñas y mujeres violadas, 1.600 familias donostiarras arruinadas, unos 1.000 muertos civiles (Auñamendi), aunque nadie lo sabe cierto...
También están las cartas con Álava y Wellington. Al final las firmas están arrancadas. Con firmas incluidas se halla otra acta en el libro “Quién incendió San Sebastián”, pero está expurgada la referencia a Castaños.
Llegó a prohibirse la reconstrucción de Donostia e incluso los funerales fueron prohibidos, pues empezaron a celebrarse muy, demasiado... solemnes. El pueblo parodiando el enciclopedismo vascofrancés creó la Tamborrada” (Antonio Mendizabal, Egunkaria 31/08/2001).
Tras esta masacre de donostiarras, Fernando VII fue perdonado por el pueblo español y era de nuevo rey de España, así es como entró triunfal en Valencia ante el aplauso popular. Las muestras a favor del absolutismo se dieron en todas las partes de España y en contra de las ideas ilustradas que introdujeron los franceses en España.
El pueblo español se levantó contra la invasión francesa ante la traición de su clase dirigente, pero cuando consiguió el poder, en vez de gobernarse en democracia, pidió a su nefasto rey pro francés y bonapartino que lo traicionó que le ponga de nuevo “las cadenas” (grito del populacho cuando entró Fernando VII en Valencia).
La reacción de los llamados “fernandinos”, demuestra la naturaleza del español que a lo largo de la historia se ha sentido realizado sólo bajo regímenes despóticos e imperialistas, luego absolutistas, liberales-plutárquicos, fascistas hasta el modelo totalitario-moderno actual.
En el País Vasco, sin embargo, no hubo reacción ciudadana alguna. Uno de sus ministros, el vasco Juan Bautista Erro, sin esperar la orden regia, convoca las Juntas Generales y eligió nuevas Diputaciones según Fuero. El régimen foral siguió, quedando fuera los escasos miembros liberales.
Una nota del “Informe de la Junta de Abusos” de 1815, órgano creado por Fernando VII para atacar los Fueros nabarros, nos sirve para ver cómo se vivió y sintió en esos momentos en el País Vasco peninsular y deja bien a las claras –por encima de impresiones personales o nacionalistas de algunos historiadores españoles- cómo se observaron en España los movimientos de las Diputaciones vascas, los órganos de gobierno autónomos, ante la invasión francesa: “Puede asegurarse que todo allí (País Vasco peninsular) es mirado como contrafuero, si no lo disponen o mandan las autoridades naturales del país (en realidad como les ocurrió a los españoles con los franceses).
La Diputación permanente ejerce en ellas un poder colosal (menos que el gobierno de España en su territorio al no ser las Diputaciones soberanas); no parece haberse establecido con otro objeto que el de oponerse a las medidas de gobierno y conservar aquel país aislado de todas las relaciones con la autoridad soberana de Vuestra Majestad y con el bien general de Reino (el invasor-imperialista).
¿Qué hay de común con las demás provincias de España? Nada absolutamente. Las leyes distintas; el gobierno, todo suyo (como el de los españoles); las contribuciones, ningunas (esto era falso, estaban las levas, Cajas, Alcabalas etc.); el comercio, sin reglamentos y del todo franco (lo de que no había reglamento tampoco era cierto, pero no era el español); las aduanas, infructuosas (para el imperialismo); la hidalguía o nobleza solariega, universales (frente a la pobreza universal española); los establecimientos, suyos (como los de los españoles con poder, unos pocos); los beneficios, todos patrimoniales (en estas frases se ve la intención de cobrarse un mayor impuesto del imperialismo al colonizado): ¿Cómo de esta suerte pueden considerarse una parte integrante de las Monarquía española, si no están sujetos a sus leyes, ni a sus cargas, ni a sus obligaciones?”.
De estos polvos de necesidad de explotación colonialista vinieron poco después los lodos de la Primera Guerra Carlista.
¿Qué hay de común con las demás provincias de España? Nada absolutamente. Las leyes distintas; el gobierno, todo suyo (como el de los españoles); las contribuciones, ningunas (esto era falso, estaban las levas, Cajas, Alcabalas etc.); el comercio, sin reglamentos y del todo franco (lo de que no había reglamento tampoco era cierto, pero no era el español); las aduanas, infructuosas (para el imperialismo); la hidalguía o nobleza solariega, universales (frente a la pobreza universal española); los establecimientos, suyos (como los de los españoles con poder, unos pocos); los beneficios, todos patrimoniales (en estas frases se ve la intención de cobrarse un mayor impuesto del imperialismo al colonizado): ¿Cómo de esta suerte pueden considerarse una parte integrante de las Monarquía española, si no están sujetos a sus leyes, ni a sus cargas, ni a sus obligaciones?”.
De estos polvos de necesidad de explotación colonialista vinieron poco después los lodos de la Primera Guerra Carlista.