-AIN NO ES LATÍN, CASI NUNCA

-AIN NO ES LATÍN, CASI NUNCA


Aitzol Altuna Enzunza


Hay varias marcas toponímicas propias del euskara que nos señalan dónde se habló en el pasado, como los sufijos de lugar –oz y –oze con sus variantes, fruto del contacto del euskara con otros idiomas como el gascón, el romance nabarro-aragonés y el catalán sobre todo, son las terminaciones: -ons, -òs, -osse, -ost, -ous, -otze, -ues, -ués, -ueste. Hay ciento de ejemplos como: Alós, Gelós, Sangüés, Eskaroz etc. 

Esta marca coincide con exactitud con la presencia del euskara en época romana a ambos lados de los Pirineos. También son marcas toponímicas del euskara los sufijos –aga o –eta, “lugar de”, según explicaba el lingüista y sociólogo por la Sorbona Luis Nuñez Astrain en su libro “El euskera arcaico” (2004).

Sobre el euskera en Catalunya y Andorra se puede leer el artículo: https://lehoinabarra.blogspot.com/2015/09/hasta-cuando-se-hablo-euskera-en.html

Toda esta toponimia alrededor de Iruñea-Pamplona, difícilmente se puede remontar a época romana

Sin embargo, en los sufijos: -an, -ana, -ain, -ano, como Fustiñana, Otxandiano o Beriain, hay quien los deriva todo ellos del sufijo céltico –acum, lo cual es descartable por su extensión Pirenaica, lejos de los núcleos conocidos y realmente documentados de estas gentes de origen centroeuropeo. 

Hay otros estudiosos que los derivan del latín –anum. Esta última fue la propuesta del antropólogo Julio Caro Baroja (1945), muy discutida sobre todo para el sufijo –ain, y que el lingüista Koldo Mitxelena creía posible como comentaba en su libro “Apellidos vascos”: “J. Caro Baroja explica los nombre de población (alto) navarro en –ain como formaciones latina en –anu (-ani), con equivalentes en otras zonas el Imperio Romano, que designaban “fundi” o “agri”, y cuyo elemento es el antropónimo (generalmente del dueño primitivo). Esta interpretación que genera un gran número de etimologías completamente satisfactorias, no puede ser puesta en duda en cuanto a su corrección”. 

Sin embargo, Mitxelena en la siguiente página del citado libro, tras referirse al trabajo de L. Anderssen “Le suffixe –ain (-ein) dans la toponymie pyrénéenne” escribe que el sufijo –ain/-ein: “(Anderssen) lo considera no latino, lo cual, a fin de cuentas, es muy defendible”. Planteada la cuestión vamos a parcelarla.

La extensión del sufijo –ain sería, según la Enciclopedia Auñamendi: “a partir aproximadamente de una línea meridional que pasa por Tafalla y se extiende por el Pirineo hasta St. Girons (Ariège), cubriendo los Pirineos gascones”. Por tanto, todo el Pirineo y lugares adyacentes de Catalunya, Gascuña y Aragón, lugares donde se habló euskera, tal y como vimos en: https://lehoinabarra.blogspot.com/2015/09/hasta-cuando-se-hablo-euskera-en.html

Mapa del historiador, lingüista y filólogo vallisoletano Antonio Tovar Llorente (1911-1985) de los idiomas de la península ibérica antes de la llegada de las legiones romanas


Toda esta toponimia está en la zona montañosa, coincidiendo con la distribución del sufijo -ene (mío) y la mayor densidad del sufijo -nea (“casa” en Gipuzkoa y Alta Navarra), por lo que, el director de la Real Academia de la Lengua Vasca Manuel Lekuona (1954)  como el antropólogo Joxe Miguel Barandiaran, vinculaban estos sufijos ampliándolos al -ein gascón mencionado. 

Tal y como señala la Enciclopedia Auñamendi: “Estas dos modalidades se enfrentan ya en Zuberoa, Undurein y Roncal, Indurain, a pocos kilómetros de distancia”, que sería la frontera dialéctica actual del euskera. 

El historiador ronkalés Estornés Lasa apoyaba a Lekuona cuando decía: “Esta masa compacta de formas idénticas, antiguas y modernas, del País Vasco y del departamento de Ariege (Pirineos), nos hace ver en el sufijo -ain (-ein,-eñ,-en) un elemento indígena sin ninguna relación con el sufijo latino -anum -ani". 

Una idea similar ya la apuntaba tempranamente el príncipe francés Lucien Bonaparte (s. XIX), el cual señaló que el genitivo -ain sería –aren, lo cual no es correcto, pero tampoco iba desencaminado.

Dentro de la actual Euskal Herria, tal y como explica B. Estornés Lasa en su libro “Orígenes del vasco. Tomo III” (1966), el estudio realizado por López Mendizabal sobre la toponimia en –ain, presenta 486 topónimos con esta distribución: Gipuzkoa 239, Alta Nabarra 170, Alaba 22, Lapurdi 21, Bizkaia 19, Baja Nabarra 10, Zuberoa 5. 

La conclusión es que el término –ain es mucho más abundante en Gipuzkoa que en el resto (más si nos atenemos a su reducido tamaño), siendo éste uno de los territorios menos latinizado de todos, aunque en el caso de Alta Nabarra la toponimia mayor supera a la gipuzkoana.

El principal estudioso de esta toponimia en –ain, fue sin duda el mencionado historiador tolosarra Isaac López Mendizábal (1871-1977), el cual, en su obra sobre “Etimologías de los apellidos vascos”, veía claramente una procedencia euskara de mucha de esa toponimia: “En infinidad de topónimos terminados en -ain, las etimologías vascas son clarísimas: Larrain, Sasiain, Illundain, Abarain etc. En muchas otras tenemos su equivalencia con otros sufijos: Elduayen/Elduain, Lizasuen/Lizasoain (…)”, donde –en es claramente “de”. 

También existen los binomios: Garitain/ Garitano, Azkain/Azka(n)o (Azkue), Agurain/Aguiriano, Aberastain/Aberasturi y Larrain/Larraun por ejemplo.

Tenemos que eliminar como provenientes de –anum las terminaciones toponíminas que tienen una equivalencia documental con –aran= valle, como Zumarain/Zumaran, Ayestarán/Ayestrain, Bask-aran/Baskain o Barandi-aran/Barandi-ain; incluso existe Paternarana (Aezkoa Baja)/Paternain (cendea de Zizur) de raíz latina “pater”. 

Algunos topónimos en –ain son en realidad –arrain, con doble erre, como en Beldarrain, Sorarrain, Zuriarrain o Izurrain, los cuales no son interpretables desde –anum/-ani, pues la transformación es muy difícil de explicar para las leyes de la lingüística.

Es más, no es discutible la clara procedencia de muchos topónimos con esta terminación –ain del euskera gain “sobre”. Como recogen Mitxelena y la Enciclopedia Auñamendi en: Estrain, “sobre la estrada” (de Estratagain), Urkain (sobre la presa del molino, uarka gain), Labeain (antigua Labegain), en el monte bizkaíno Saibigain, Bidain y Biain (Bide-gain), Sasiain (sasi gain), Uriain (Urigain) etc.

 

Esta cuestión queda reflejada dentro de La Reja de San Millán del año 1025 entre los municipios alabeses. Así  tenemos en la comarca que el documento llama Hegiraz: Anduiahin, Munniahin y Hagurahin (Agurain-Salvatierra), todos de raíz euskérica, el sufijo podría ser en su origen –ahin(i), como en el ciclo evolutivo: Harrarahini, Harrarayn, Arrarain (despoblado en el Ayuntamiento de Elburgo), donde –ahin sería equivalente alabés de “gain”, lo que le aleja aún más del latino –anum, pues la “h” aspirada es propia del euskera de época romana y Alto Medieval y no aparece en el celta, en el íbero ni en el latín. En este documento aparece también “Goiaihen” hoy Goiain en la parte noroccidental de Alaba (“Acerca del sufijo toponímico –ain” Patxi Salaberri Zaratiegi).


En 1965, Jose Antonio Múgica en su libro “Los Apellidos de Iberia” decía: “Veamos ahora lo que haya de las terminaciones -ain, -en euskericas, que según Caro Baroja provienen del sufijo latino -anus y que se deben a las famosas posesiones romanas llamadas fundi o fundos, que los invasores poseían en todo el Imperio y principalmente en España (…). 

Existe además un dato curioso que contradice la teoría del señor Caro Baroja en un pequeño valle cerca de Tolosa, donde figuran cinco nombres que entre todos no tienen espacio suficiente para un solo fundo, y son: Lazcoain, Larrain, Zurain, Otsarain, Usaltsain”. En todos estos casos –ain sería “lugar de” y una palabra bastante evidente desde el euskera actual: prados, lobos o madera.

Sí tienen sentido de un fundi o terreno de un dueño algunos topónimos con -ain, sin embargo la raíz de muchos de ellos es euskérica: de este tipo sería Garzarain y Garzain (de García o Gaztea “el joven”), Ansoain (de Sancho, o Ansó, valle pirenaico de la primera familia real nabarra, hoy en Aragón), Belascoain (de Velasco, del euskera Bela “Cuervo”), Garindoain (quizás de Galindo en euskera, Garindo según Mitxelena). 

Otros patronímicos sí que tendrían raíz latina, como quizás Guendulain (de Centullus, según Caro Baroja y Mitxelena, aunque no parece muy claro) pero pronunciado por euskaldunes, Paternain(a) (Pater), Laquidain(a) (Laquide), Domezain(a) (Domitius) o Barbatain(a) (de Barbatus). 

El propio Julio Caro Baroja en su libro “Vasconiana” (1974) comentaba: “En los nombres terminados en -ain, una porción considerable obstentan, en su primera parte, el personal antiguo o medieval: así Belascoain, Guerendiain, Guendulain o Paternain, de “Velasco”, “Guerin”, “Guendulo”, “Gentulo” y “Centullo” o “Paterni” respectivamente”. Es decir, son nombres medievales de euskaldunes y no de época romana.

CONCLUSIÓN

La conclusión lógica de lo expuesto es que: –ain es equivalente a –en/-ene del euskera actual en muchos de los casos (-ein en gascón), siendo “lugar de” (es el caso de casi toda la toponimia menor).

En otras ocasiones proviene de “-gain/hain” (sobre), de “-arrain” (de dudosa traducción) y “-aran” (valle), que nada tienen que ver con –anum/-ani. 

En caso de los patronímicos claros, el primer término es euskérico en muchos de los casos, por lo que la segunda parte no es lógico que sea latina y puede ser perfectamente una variante de –en (como en Ansoain/Ansoaien, de Ansó/Antso, como el caso de varios reyes de Nabarra). 

Finalmente, hay otros patronímicos que sí tienen una raíz latina en referencia a un antiguo propietario, pero es más bien medieval (los nombres en latín serían muy frecuentes durante los primeros siglos entre los nativos), siendo difícil precisar su número o porcentaje, pues incluso en este caso, muchos de los nombres que se proponen son muy rebuscados como el propio Caro Baroja acepta, ya que no encuentra nombres latinos convincentes que los expliquen y podrían ser antiguos nombres locales en euskera (Andurain de Andu).

Por tanto, sólo en éste último caso es cuando el patronímico podría venir del latín –anum/-ani, el antiguo propietario tenía un nombre latino, pero difícilmente remontable hasta época romana.